Cuando era pequeña, muy pequeña, mi abuela me enseñó a rezar una mini oración para que estuviese tranquila en esas situaciones en las que el miedo invadia mi mini cuerpo cuando me iba a dormir. Apagar las luces del cuarto o haber oido hablar a los mayores de películas de miedo eran los motivos más frecuentes, aunque, a veces, un mal día en el cole era suficiente para que no pegase ojo en toda la noche. En ese momento, siempre venía a mi cabeza el ángel de la guarda.
A mi criterio, él (cosa del destino que siempre me lo hubiese imaginado chico), debía estar pendiente de que mis días en el colegio fueran la leche y no me pasara nada malo. En algunas ocasiones, siempre he mantenido que andaba despistado. También es cierto que esto lo pensaba más de niña que ahora. Con los años, y la cabeza más fria, pensé que, a lo mejor, sí andaba revoloteando por allí en esos momentos en los que yo dudé que estuviera.
Desde los 24 o 25 años cambié la forma de imaginarme a mi ángel de la guarda. Del típico moreno super grande vestido de blanco y en sandalias pasé a ver como mis ángeles de la guarda a gente que conocí y quise y, por supuesto, quiero.
Pienso a veces que yo también soy ángel de la guardia inconscientemente. No tengo alas, ni llevo sandalias. Quizás sea que voy de incognito o estoy de vacaciones...
Espero que el mio no ande, ahora, de retiro espiritual...
"Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche, ni de día".
Azahara.
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