lunes, 7 de diciembre de 2009

El amor cuando no muere, mata.

Amaneció sin más complicaciones. Alex se levantó de la cama y bajó a desayunar.

En aquel pueblo a duras penas llegaba el pan del día y la cobertura se perdió por el camino en el momento en que alguien decidió poner Zarzalejos tan, tan, tan lejos... A medida que se iban acercando a ese paraje encantador –como se lo pintó Gerardo- más se separaban el uno del otro. Lo único cierto es que la verdad no tiene remedio. Y su verdad –la de Alex-, era que ya no le quería. Gerardo se lo olía y, según pensaba Alexandra, la había llevado allí para hacerle una encerrona.

Alex me contó a la vuelta, cuando ya pasó todo, que Gerardo estaba demasiado atento a todo lo que ella hacía. Le agobiaba mucho. Se sentía muy incomoda con él.

“Si me levantaba para coger un vaso de agua a la cocina, me seguía” -me comentaba aún un poco alterada-.

Y es que Gerardo pensaba desde hace algún tiempo que Alex estaba con otro tio porque la notaba rara. “Muy muy rara” -fueron sus palabras exactas-.

Cuando les conocí eran la pareja ideal. Se querían muchisimo. Se protegían constantemente. Ahora, quizás, me explique el porqué.

A pesar de llevar 4 años juntos, ninguno de los dos conocía a los padres del otro. Tampoco a sus respectivos hermanos. Sus amigos fueron mis amigos. Recuerdo como si fuese ayer el día en que me acerque para preguntarles por un bar de malasaña y, sin quererlo ni beberlo, acabamos mis amigos y ellos tomando cañas juntos. Desde entonces, hasta ahora… Joder qué fuerte.

Ambos, antes de conocerse, tuvieron una vida realmente apasionante. Con muchos viajes y experiencias que ojalá las hubiese vivido o las viva pronto yo. Realmente hacían una pareja increible. Yo creo que me enamoré de ellos. Eran mi ejemplo a seguir, mi pareja debía parecerse un poco a la que ellos tenían.

Yo asociaba que siempre fuesen ellos dos solos a su vida un tanto independiente y bohemia. No había domingos en casa de los padres de ninguno, ni sobrinos que llevar al cine. Se conocieron en una cafetería, ambos leían el mismo libro, los dos estaban solos, y se sonrieron. Hasta la forma de conocerse fue especial. Pero fue pasando el tiempo y ya nada de lo que hacían juntos tenía la intensidad de lo que hacían cuando eran Gerardo y Alexandra por separado.

Alex es enfermera en el 12 de Octubre. Gerardo era visitador médico. Me encantaba cuando me traía bolígrafos de propaganda y subrayadores que simulaban ser botes de pastillas y que me venían de perlas para subrayar el temario de la oposición.

En el entierro de Gerardo conocí a su madre. Qué tragedia. Pobre mujer. Nunca habían oido hablar de Alex, ni de mi, ni de ninguno de los chicos. Su padres pensaban que Gerardo estaba muy solo en Madrid.

En la conversación con la madre de Ger –lo llamábamos así, era más informal, no le pegaba un nombre tan serio- me dijo que desde que Ger era pequeño le enseñaron a tener cuidado con las relaciones con otras personas y a tomarse las pastillas “todos los días” –me insistió-. No quise preguntarle –aunque me moría de ganas de hacerlo- qué putas pastillas. Menos mal que no lo hice, ahora sé que de haberlo hecho le hubiese dicho –sin decir nada- que la vida de su hijo desde que se fue de Granada había sido una gran mentira.

Al funeral fuimos todos menos Alex, que estaba en el hospital. Llovía en Granada, caminé por el Paseo de los Tristes lloviendo y viendo, allí en lo alto, La Alhambra. Una imagen bonita y triste, muy triste.

Ayer me acerqué al hospital a ver a mi madre que estaba recuperándose de una lumbalgía y pensé en Alex... Me llegué a verla. Se ha abandonado, ya no se cuida. “Le echo mucho de menos” –me dice-. Su médico me ha dicho que está peor. Le ha afectado muchisímo. “Lo de aquel día fue una crisis bestial”. Esas palabras del doctor Conté se quedaron rondando en mi cabeza toda la tarde.

Ni Ger ni Alex se conocían después de 4 años juntos, a todas horas, cada día. Se escondían el uno del otro sin esconderse. Eran, al fin y al cabo, dos extraños más. Pero para ellos la vida, por fin les había sonreido y habían encontrado su pareja ideal. Ger no necesitaba las pastillas para estar con Alex ni Alex para estar con Ger. Para Ger, Alex había sido la cura de su esquizofrenia. La cura de la de Alex había sido Ger.

Y es que se parecían tanto que asustaban… Y es que Alex, a pesar de lo que decía, quería tanto a Ger…Y es que el amor cuando no muere, mata.

3 comentarios:

  1. Interesante el juego de desdoblamientos subjetivos, Azahara. Está muy curioso el planteamiento.
    Un beso
    Vicente

    ResponderEliminar
  2. Aleluya!!! Premier mundial!! Me ha gustado mucho, era, simplemente, lo que esperaba. Espero que me sigas encantando con tu blog. De verdad me hace ilusión que escribas porque tienes talento de sobra para hacerlo y crecer, y crecer...y que, crezcamos contigo. Un beso muy grande y gracias. María Cárcabinchi

    ResponderEliminar
  3. Siempre pensé que todos alguna vez en la vida sufrimos esquizofrenias temporales que van moldeando nuestra forma de ser. Me encantó el desarrollo de la historia de principio a fin. Besiños. M.

    ResponderEliminar