jueves, 30 de enero de 2014

Nunca Jamás

Desasosiego. Palabra, digamos, extraña de escribir y difícil de llevar. No deja de tener unas raíces -inventadas por mi claro está- que lo dicen todo: deseo y sosiego. Y, paradójicamente, significa todo lo contrario que la suma de las dos. ¿Quieres sosiego? Toma dos tazas. Gracias. 

Bolas de humo pululan por encima de mi cabeza, se arremolinan. Tengo que dejar de pensar... o de fumar, una de dos. Últimamente escribo mucho, me preocupa, sinceramente. Y lo peor es que lo hago sin proponérmelo. Vaya leche. 

Todo ha empezado por ponerme a limpiar mi casa. La culpa es del polvo. Acabas con él, no sin que él antes acabe contigo. Te tumbas a descansar, sin sueño y sin sueños, y miras al techo. Y ahí está, impasible, blanco, sin decirte nada. Y la música suena de fondo. Y te jode. Notas de piano picotean mi cabeza porque mi corazón coraza no les abre la puerta. 

Siempre he sido consciente de que debo crecer. Madurar y todo eso. Ya sabéis. Nunca Jamás está bien, hasta que deja de estarlo. Ya dejé de ser Wendy y los niños perdidos sabe Dios donde andan. Quiero jugar con los mayores. Quiero saber tantas cosas como ellos. Quiero del latín quierus (vale, no sé latín...). 

Quiero jugar a algo que no sea echarte de menos. Porque voy a reventar. 





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